Archivo diario: julio 3, 2010

¡¡¡TE SALUDO, URUGUAY!!!

*Aunque debería titularlo más bien «Desearía ser uruguayo… ¡Qué envidia!». Pero eso tiene un porqué…

Uruguay acaba de ganar por penales a Ghana 4-2, después de haber empatado 1-1 en un partido que los ghaneses llevaban el orgullo de todo un continente, y los uruguayos, el orgullo de poseer una historia en el fútbol a la que no le podían fallar. Y ganaron siendo URUGUAY, con huevos, con su garra charrúa, frente a un rival muy duro, de enorme despliegue físico y con un planteamiento táctico a la europea. Le ganaron a un equipo que jugaba de «local» por el apoyo de todo el estadio sudafricano. Y ni qué decir del árbitro Benquerenca, de Portugal, quien, a mi parecer (y no debo de ser el único), arbitró de manera muy parcial, perdonando entradas que un colegiado decente castigaría con sendas amarillas y algunas rojas. Árbitro mal querido por todos los que hinchábamos por los celestes en este encuentro, un juez que se desentendía del juego brusco de los africanos. Bueno, el mal arbitraje es uno de los pasivos de este Mundial…

Pero, volviendo a lo que comentaba… ¡Qué manera de dar la cara! ¡Qué coraje! Luis Suárez, el goleador de Uruguay, revelación del Mundial y pieza clave en el equipo, estuvo en la línea de meta, poniendo las manos para evitar el gol de Ghana en el último minuto… Iba a ser de héroe a villano, eso lo iba a decir todo el mundo si Asamoah Gyan convertía el penal. Y qué conmovedor verlo llorar, y de allí a la estallar de euforia por el tiro al palo del africano. El recurso de evitar el gol al precio que fuera, aún de la propia expulsión. Cometió una falta y la asumió, se hizo cargo, aceptó el castigo y lloró su impotencia. Pero esto no tiene dudas: ¡Qué coraje para evitar la caída del arco propio a costa de sí mismo! Y en una instancia como ésta sólo se puede ganar o perder. No hay más.

¡Qué espíritu! ¡Desearía ser uruguayo en este mismo momento! Y no lo digo con afán oportunista, puesto que así como he gritado el memorable gol del Chorri al Uruguay del gran Enzo Francescoli en las eliminatorias rumbo a Francia ’98, he gritado con una rabia insólita el golazo de Forlán y los penales yoruguas por ese carácter, esa garra, ese espíritu de no darse por vencido ni aún vencido, que es una frase que siempre me ha dicho mi padre, y que me quisiera hacer aún más patente por el resto de mis días.

El tiro libre de Forlán y cada penal convertido por Uruguay los gritaba con una mezcla de alegría y exaltación por Uruguay, así como de cólera y rabia por las injusticias arbitrales y, cómo no, maldiciendo a Blatter desde adentro, para que vea que el fútbol, ese deporte que probablemente no haya jugado nunca, es algo que puede sacar lo mejor de un hombre y de un conjunto de hombres. Eso que se juega, como era la consigna charrúa en la final de Brasil 1950, «con un huevo en cada zapato».

Si la tecnología ayuda, bienvenida, pero antes que nada el fútbol es humanidad. Y la humanidad de las naciones uruguaya y ghanesa quedaron al descubierto, dándolo todo. Los ghaneses, definitivamente, le dieron más color a este partido que todos los otros encuentros jugados por equipos africanos en Sudáfrica 2010. De todos modos, demostraron que aún tenían arrestos de buen fútbol por en medio de los aburridos sistemas europeos que castraban su naturaleza libre, potente y enérgica. Pero a su vez nos hicieron ver que todo eso necesitaba ser encauzado por cierto orden, lo que no lograron cameruneses, nigerianos o marfileños. Y se erigieron como un gran rival. Y recuerden, que uno es grande en la medida que sus rivales son grandes. Los ghaneses lo fueron. Arañaron el triunfo como nunca, y perdieron como nunca. Lloraron como niños lágrimas de hombres, porque en medio de sus errores, descubrieron su inocencia y un hecho imbatible: Uruguay le ganó a los potentes africanos jugando como Uruguay, que es mezcla de oficio, técnica, garra, y tradición. Mucha tradición.

En la previa, el Maestro Tabárez había declarado que ésto iba por la tradición futbolística del pueblo uruguayo, y que sobraban los dedos de la mano para contar los países en el mundo que tenían esa tradición. A saber: una tradición en la que el fútbol realmente afecta a la vida de una nación en todos sus ámbitos. En la que el fútbol es una realidad y un sello, igual de tangible como el escudo o el himno nacional de un país.

Pero, por sobre todo, esa tradición de ganar, no como lo más importante, sino como lo único. Y sin dejar de competir. Atrás quedó la época en la que Uruguay se dejó atrapar por el fútbol de carnicería, en la que cambió las caricias al balón por las puyas, en la idea del mero pelotazo, permitiendo incluso que entrenadores poco felices lastren/castren a sus dirigidos con medidas absurdas como evitar celebrar los goles por considerarlos una pérdida de «valiosos minutos». Felizmente, esa época sombría ya pasó y podemos ver a un equipo aguerrido, pero que le recordó a Uruguay la esencia de sus campeonatos más valiosos, los que lo llevaron a merecer el honor de celebrar el Primer Mundial de Fútbol: El fútbol de potrero, con garra, con toque, con orgullo.

Forlán, frío en sus ojos, frío en su cabeza, frío a la hora de borrar a la zaga adversaria y al momento de ejecutar al portero rival, con una mirada castigadora e inmisericorde al momento de cobrar una pelota parada. Y sin embargo, nos arranca gritos de gol llenos de fuego.

Y cómo desconocer el trabajo de todas sus líneas. Muslera parece apenas un niño pero se planta en el arco como un veterano. Diego Pérez es más veterano, pero no pierde al niño que lleva dentro cuando recuerda que el fútbol es un juego por encima de todo. El loco Sebastián Abreu. ¡Hay que estar loco para definir así! Y un país donde la pasión es parte del carácter nacional no podía dejar de producir al capitán Diego Lugano, que de seguro habría deseado no tener nervios para no sentir el dolor que lo sacó de la cancha. Pero, destacando entre todos, quienes lo hicieron muy bien, surge la figura de Fucile…

¡Fucile, Dios mío! Si eso resume lo que es ser uruguayo, entonces deseo renacer como uno de ellos si pudiera. No desmerezco mi nacionalidad ni las virtudes que como peruano me dieron mis padres, peruanos ellos también. Pero si hay algo que, creo, mi padre y mi madre me han enseñado, cada uno por su cuenta, es a no rendirse y a pelearla hasta terminar la pelea. Y Fucile… no sé si empezar por su desempeño en la cancha o por esa manía de no dejarse morir cuando cayó tras la atropellada de Inkoom y que pudo haberlo sacado del partido… o de la práctica del fútbol. ¡Eso es poner lo que se debe de poner! Y a eso sólo se le puede aplicar la frase «tener huevos». Sí, y eso no debería ser un término considerado procaz, porque lo que hizo al seguir jugando y dando de sí cuando otros ya hubieran pedido su recambio es tener huevos, llevarlos bien puestos y enaltecer esa frase. Si prefieren usen los términos «gónadas», «testosterona» o como gusten, pero eso es algo que sólo se entiende cuando eres varón y te gusta el fútbol bien jugado y con harta entrega de sí. Fue un caballero jugando un deporte de caballeros. Y si hay algo que se llama «raza» en una población multiracial y de origen inmigrante como se suele considerar a nación la uruguaya, pues esa «raza» es lo que le da el carácter y la forma de ser a esa nación. Solo existe otra nación que puede demostrar algo semejante en el fútbol, y esa es la nación argentina, con la cual comparte demasiadas similitudes en carácter e inspiración como para no imaginar que, si hubieran sido un sólo país, el Mundo entero hubiera visto jugar juntos y en el mismo equipo a Varela y a Di Stéfano, a Maradona y a Francescoli, a Forlán y a Messi, a Tévez y a Suárez…

Pero volviendo a la singularidad uruguaya, esa que la hace tener más habitantes fuera que dentro de sus fronteras, la misma que acoge la murga y el rock, la del estado laico en Sudamérica, y la que suda fútbol como pocas naciones, muy pocas que sobran dedos de la mano para contarlas, la del espíritu indomable… No deseo ser uruguayo por treparme al coche, ni porque considere que las uruguayas están entre las mujeres más lindas o que su cielo y su mar son incomparablemente celestes como se ve en las fotos. Nunca he ido a Uruguay y sólo he tenido uno o dos amigos uruguayos. Incluso, quizás ni siquiera por su fútbol mismo, pero sí por su manera de ser que se manifiesta a través del fútbol. Hay un viejo dicho que reza: «No hay uruguayo cobarde». No existe. Y nada que «la Suiza de Sudamérica». Primero, porque tener un país con valores cívicos no es incompatible con tener pasión, como es el caso rioplatense. Y los suizos, con el respeto que me merecen (excepto por el aborto del deporte ése, llamado Joseph Blatter), no entenderán nunca lo que es sentir y vivir el fútbol como un sudamericano.

Y debe ser lindo que tu abuelo o que tu papá te lleven a ver a tu selección y te digan que han sido Campeones del Mundo, los primeros Campeones del Mundo. Debe ser lindo saberte Campeón desde la cuna. Debe ser lindo saberte de la estirpe del equipo que logró el Maracanazo, que sabe darte momentos así. Debe ser lindo gritar los goles de Forlán y de Suárez, y saber que esos goles son a favor de tu país. Y debe ser lindo tener un hijo y que sepas que grita los goles de su país, de tu país, en una Copa del Mundo, y que te diga: «¡Ganamos, papá, ganamos!»

Te saludo, Uruguay, por esta emoción tan tuya que nos permites compartir contigo.

Roberto Cuba

Peruano

PD.-Siendo yo hincha de Alianza Lima, cuadro del romanticismo futbolero en Perú, saludo desde acá al Club Atlético Peñarol, padre de tantos jugadores valiosos y de tantas alegrías, así como a los uruguayos que han vestido la gloriosa camiseta Xeneise de Boca Juniors. Cuadros del pueblo, me alegro de simpatizar con ellos. ¡Aguante el Manya, carajo!!!!!!!!!!